Desde Reino Unido en el siglo XIX y Japón a mediados del XX hasta hoy en buena parte del mundo, la combinación de grandes dosis de cafeína y azúcar se utiliza como instrumento de productividad.
El verano tardío da algunos frutos amargos. Conforme avanza septiembre, la vuelta a la rutina se refleja en las conversaciones, en los medios, en las redes y en la publicidad. Este mes, además de higos y uvas, se cosechan artículos sobre el cansancio, los hábitos perdidos o la depresión posvacacional. También florecen las recetas para combatir la debilidad, abundan los consejos dietéticos para afrontar la disciplina laboral, y llueven ofertas de complementos nutricionales variopintos contra la astenia otoñal, esa apatía, falta de motivación y de concentración que experimentan algunas personas en esta época del año.
El regreso a la vida habitual, con su monotonía y sus exigencias, abona la publicidad de alimentos y bebidas. Y no solo para prometer evasión, disfrute o bienestar, como casi siempre, sino también para ofrecer resistencia. Más aguante para el ritmo de trabajo. Un poco más de productividad. Las bebidas estimulantes —conocidas como “energéticas”— son un buen ejemplo de esto. El año pasado, por estas fechas, una de ellas lanzó una campaña que se dirigía sin atajos a la clase trabajadora. La imagen de dos empleados felices y cinco palabras —El truco para tu curro— bastaban para…
Artículo publicado en El País
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