Si crees que la ensalada siempre es sinónimo de salud o que la paella es la única maltratada en las cocinas, te equivocas. También con este plato se cometen atrocidades nutricionales y gastronómicas.
Hay platos que tienen fama de ser vejados con inexplicable insistencia; como la paella o la pizza, a los que cada dos por tres les hacen cosas perversas. Sin embargo, no están solos: la ensalada los acompaña en el podio del maltrato culinario. El ninguneo y la mofa son parte de ese desaire —porque “nunca una gran historia comenzó con una ensalada”, como se suele decir—, pero esto es no es más que el principio. La elección de quienes se cuidan, la guarnición de los tristes, el acompañamiento mataculpas en cualquier mesa pantagruélica es, también, una de las preparaciones más tergiversadas del recetario.
La ensalada es una preparación tan versátil, universal y sencilla que se ha prestado, y se presta, a todo tipo de interpretaciones, algunas bastante penosas. Es lo que sucede cuando se da por hecho lo unívoco de un concepto: “A ver, a ver, ¿cómo no vamos a saber reconocer una ensalada? ¡Que es una ensalada, no un protozoo!”, podría decirnos cualquiera. Y es cierto, pero ¿sabemos de verdad qué es una ensalada y cuándo deja de serlo? ¿Alguien tiene claro dónde están los límites? ¿En qué momento una ensalada se pervierte y pasa a ser lechuga con cosas? Aunque parezca una tontería, no es cuestión baladí, y el diccionario especializado, en este caso, no ayuda a poner orden sobre la mesa […].
Artículo publicado en El Comidista.
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