Aprender de los errores está bien, pero compartir lo aprendido está mejor.
A eso vengo con este hilo: a contaros la historia de un error y una obsesión, y a compartir lo que aprendí gracias a eso durante el último mes y pico. 👇
Empiezo por algo que ya sabía: debemos jugar más con la comida. No me refiero a lanzar guisantes con la cuchara, en plan catapulta de sobremesa, sino a jugar para aprender. El juego es un instrumento didáctico. Y va genial para conocer cosas nuevas.
Eso es lo que hacemos en ✨El @PorcentajeJusto✨: jugar para aprender sobre lo que comemos. Mejor dicho, para tomar conciencia de que las fotos y los mensajes destacados en los envases no siempre son un buen reflejo de la realidad.
En el juego mostramos, por ejemplo, que existen cremas DE BOGAVANTE con un 0,5% de bogavante, o bebidas que presumen de NUECES que solo tienen un 0,04% de nuez. Son dos casos reales. (Sobre esto hablé hace poquito con @moniquecestmoi, que lo cuenta con lujo de detalles en este artículo)
Sigo con el hilo.
Los resultados, como os podréis imaginar, provocan sorpresa e incredulidad. Pero, hasta ahora, ningún producto ha causado tanto desconcierto, desagrado ni preguntas como el que ocupó el escaparate el 2 de septiembre. Ou mamma.
El 2 de septiembre jugamos con una lata de chili con carne de Old El Paso. El escaparate era este mismo que veis aquí, y la pregunta fue la siguiente: «¿Qué porcentaje de carne pensáis que tiene este producto?»

Horas después, cuando publiqué la solución y la lista de ingredientes, pasaron dos cosas:
♦️ La primera, que mucha gente sintió asco al descubrir que el producto tenía corazón de vacuno.
♦️ La segunda, que me llamó @juan_revenga para decirme que me había equivocado en el cálculo.

¡Sí, señor! Taquicardia para todos.
Las preguntas se empezaron a acumular. Unas (la mayoría) tenían que ver con el corazón y la carne:
¿El corazón cuenta como carne? ¿Se puede usar así? ¿Eso no es lo que hacen con la comida para perros? ¿La casquería es igual que el solomillo? ¿Esto es legal?
Las otras preguntas tenían que ver con el cálculo del porcentaje. Es decir, con el contenido de carne-carne de esa lata. ¿Me había equivocado? (spoiler: sí) ¿Podía saberlo con certeza, como para rectificar como corresponde en estos casos? NO.
Sin querer, me había topado con un área gris del #etiquetado alimentario; con una situación de ambigüedad que me impedía decir: «¡Eh, amigos, me he equivocado! La respuesta buena es esta otra, disculpad». No tenía manera de poder asegurarlo.
La ambigüedad con la que había tropezado estaba en la redacción de la lista de ingredientes, en el modo de presentarlos, de nombrarlos y de cuantificarlos.
«Pajarraco significa pajarraco, pero también podría ser avioneta, mariposa o perejil». Un poco esto de aquí.

Mi pensamiento más íntimo: «Si yo, que uso el supermercado como biblioteca, he leído mal y tengo estas dudas, ¿qué dejamos para una persona que hace cosas de persona normal, como ir al súper a comprar comida y seguir tranquilamente con su vida?»
En este punto arrancó la obsesión.
💭¿El corazón es carne? ¿Cuánta carne hay? ¿Cuál es la referencia para establecer los porcentajes?
Quería encontrar las respuestas a las preguntas que habían surgido a raíz del juego.
Así que las ordené y las repartí.
Le escribí a la empresa, @GeneralMills, para conocer el porcentaje exacto de carne* en su producto, que resultó ser 16,6%.
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(*) «Carne di manzo» es «carne de vacuno» en italiano.

Le escribí a 5 expertos en cuestiones de alimentación; unos profesionales en los que confío plenamente y que seguro conocéis: @beatrizcalidad, @gominolasdpetro, @fojuelosdotcom, @farmagemma y el propio @juan_revenga. Su ayuda fue clave.
Y le escribí al cocinero mexicano @EdgarNunezM para saber si el chile con carne original lleva corazón o no. A él le agradezco especialmente su calidez y cariño para explicarme que no debo ir por la vida asumiendo que el chile con carne es una cosa de México.
(Consejo de oro for free: si queréis perder el respeto de un amigo mexicano, preguntadle por el chile con carne de su abuela, sus nachos favoritos o cualquier otra cosa Tex-Mex. Veréis qué risas).

Bueno. Después de recoger las respuestas, de navegar por el apasionante mundo del BOE, de sentir la calidez de los formularios de contacto y de molestar a toda esa gente mencionada arriba, saqué algunas conclusiones en limpio y escribí un par de artículos.
Os resumo en 2 puntos lo aprendido:
1 | Tenemos un problema de alfabetización nutricional y el desconocimiento juega en nuestra contra. Aprender a leer las etiquetas alimentarias es fundamental para conocer lo que comemos, aunque esto no siempre alcanza, como me pasó a mí.
Este punto me resultó muy inquietante, y escribí sobre ello en @ctxt_es. Os dejo aquí el artículo por si queréis leerlo después.
Sigo.
2 | Existen ángulos ciegos en la información nutricional que pueden propiciar errores de interpretación y lectura. Aquí hay un margen de mejora en normativa y formación ciudadana. No puede ser que no sepamos con certeza qué significa una cifra.
Los ingredientes compuestos (IC) son un ejemplo de ángulo ciego. ¿Por qué? Porque unas veces los porcentajes de sus componentes se expresan en relación al producto total, mientras que otras se calculan sobre el IC del que forman parte. Y no siempre se indica cuál es el criterio.
Sobre esto escribí en @eroskiconsumer, poniendo varios ejemplos para que se entienda mejor.
Sigo (y termino).
Dicen que el conocimiento no ocupa lugar. Y es verdad.
Pero ocupa tiempo.
Esto es un hándicap tremendo en nuestra sociedad, en la que el tiempo libre es un bien que escasea. Me llevó un mes entender y explicar esto que cuento.
Muchas gracias por llegar hasta aquí. Deseo que este hilo sobre el #etiqueting aporte alguna herramienta útil y sirva, sobre todo, para tener más claro que si queremos saber qué comemos debemos aprender a leer.
Aunque cueste y lleve tiempo.🔚
Originally tweeted by Laura Caorsi (@lauracaorsi) on 23/10/2021.
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