Necesitamos palabras nuevas para hablar de alimentación. Palabras para nombrar productos novedosos que hace unos años no existían, y términos para describir con mayor precisión alimentos que seguimos llamando como antes, aunque sus ingredientes hayan cambiado por la acción de la industria alimentaria. El helado de After Eight, la tarta de Oreo y el turrón de patatas Lay’s son ejemplos de los primeros. El pan, la pizza y el turrón normal son ejemplos de los últimos.
Algunos productos, como el pan o la pizza, se benefician de un nombre conocido y familiar aunque su composición haya cambiado con la producción industrial. Pero ¿qué hay del otro grupo, el de los productos novedosos? ¿Qué hay del helado de After Eight (o de Nocilla), de la tarta (o el donut) de Oreo y del turrón de galleta (o patatas fritas)? Pues que se benefician de que no tengamos para ellos un nombre comúnmente aceptado. ¿Cómo definir estos productos y sus rocambolescos entrecruzamientos? Aquí sí que encontramos dobles saltos mortales en términos nutricionales, lingüísticos y gastronómicos. Y una evolución alimentaria que ríete tú de Pokémon.
Idea clave: la industria alimentaria de los productos menos saludables va muy por delante del lenguaje. Incluso ha deslucido a los conceptos más combativos que puede usar hoy en día un dietista-nutricionista, como la palabra “ultraprocesado”. Este concepto, el de ultraprocesado, entronca con el sistema NOVA de clasificación de los alimentos, que los ordena en grupos según lo manipulados y transformados que estén. No es lo mismo comer fresas que comer mermelada de fresas que comer bombones de chocolate rellenos de mermelada sabor a fresas.
Bien. En esta escalada del manoseo, el término ultraprocesado es lo más. Y el prefijo ultra, que significa “en grado extremo”, ya lo avisa. Por eso se usa a menudo para referirse a aquellos productos insanos que, como describen las dietistas-nutricionistas Maria Manera y Gemma Salvador, “suelen tener listas muy largas de ingredientes, con muy poca o ninguna materia prima básica, e incluir también los componentes que se utilizan en los alimentos procesados, como azúcar, aceites y grasas, sal, antioxidantes, estabilizantes y conservantes”.
El problema es que la palabra “ultraprocesado”, tan potente para hablar de estos productos comestibles, corre el riesgo de nacer muerta: todavía no la recoge el diccionario y ya se nos ha quedado pequeña para describir lo que podemos ver por ahí. Porque, si la Nocilla es un ultraprocesado, ¿qué vendría a ser un helado de Nocilla? O la galleta Oreo, que también es un ultraprocesado, ¿en qué se convierte cuando deja de ser el producto final para ser un ingrediente más de otro ultraprocesado, como la tarta o el donut? […]
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