Menos de medio minuto. Eso es todo lo que dedicamos a elegir un producto de alimentación en el supermercado. En esa brevedad, que la Cátedra ShopperLab de la Universidad Complutense de Madrid cuantifica en 25 segundos, hacemos varias cosas: observamos los envases, comparamos las opciones, prestamos atención al precio y escogemos lo que nos parece mejor. Con un cronómetro en la mano, podríamos pensar que somos eficientes, que el tiempo es suficiente o que concurren ambas maravillas. Pero la historia no es tan sencilla ni tiene un final feliz. La historia es que, muchas veces, elegimos desinformados.
Cuando recorremos el supermercado, lo primero que vemos es publicidad. La cara visible de un envase, la parte frontal, es principalmente un reclamo. Da igual que sean galletas, mejillones en conserva, cereales de desayuno o bebidas vegetales: lo que vemos desde lejos, sin esfuerzo y sin quererlo son anuncios, que para eso están, para ser vistos. Los elementos que encontramos en esa zona –las fotos, los colores, los mensajes e incluso el nombre– tienen tres objetivos muy claros: llamar nuestra atención, contarnos cómo es el producto que hay dentro y convencernos de que lo elijamos.
Salvo algunas excepciones, la información está en otro lugar. Normalmente, se encuentra en…
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