Defender que el azúcar es sinónimo de felicidad sugiere que la publicidad ha hecho muy bien su trabajo. ¿Cómo? Asociándolo a conceptos optimistas, a imágenes de situaciones, hogares y personas felices. Gente atractiva y activa que se adecua a los cánones de belleza, que no te habla de diabetes y que luce sonrisas sin caries. El envoltorio del producto es ese, no la caja.
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